sábado, 8 de enero de 2011

Del absurdo, otras cotidianidades, el sueño del celta y un gran novelista

El personaje central de El sueño del celta conversa con un sacerdote y le dice: “Todo era tan bello y tan tranquilo que el pensamiento que me venía a la cabeza era siempre: ‘Dios existe. ¿Cómo, viendo lo que veo, podría siquiera imaginar que no exista?’. Pero otras veces, padre (…),  la mayoría  no lo veo, no me responde, no me escucha. Y me siento muy solo. En mi vida, la mayor parte del tiempo me he sentido muy solo (…) Pero la soledad de Dios es mucho peor. Entonces me digo: ‘Dios no me escucha ni me escuchará. Voy a morir tan solo como he vivido’. Es  algo que me atormenta día y noche, padre”.
 

Líneas después, del mismo personaje se explica que “había sido débil y sucumbido a la concupiscencia muchas veces. No tantas como había escrito en sus agendas y cuadernos de notas, aunque, sin duda, escribir lo que no se había vivido, lo que solo se había querido vivir, era también una manera –cobarde y tímida- de vivirlo, y por lo tanto de rendirse a la  tentación. ¿Se pagaba por ello a pesar de no haberlo disfrutado de verdad, sino de esa manera incierta  e inasible como se vivían las fantasías?  ¿Tendría que pagar por todo aquello que no hizo, que solo deseó y escribió? Dios sabría discriminar y seguramente  sancionaría aquellas faltas retóricas de manera más liviana que los pecados cometidos de verdad”. Ante  la soledad de Dios y el miedo del personaje a la soledad doble de la muerte y lo desconocido, el lector revisa sus absurdos cotidianos, todo aquello que se aleja de la razón pero está ahí siempre, porque la realidad es lo increíble y todas las fantasías y absurdos son verdaderos. Así, el lector mira un recorte amarillento cuyo titular reza: BURRO DETENIDO POR POLICIA EN ATACAMES. ¿Qué hizo el burro? Poco importa. Lo insólito es que un policía haya sido tan burro como para arrestar a un burro. Cosas del país de Ripley donde siendo inventores del cebiche escribimos mal su nombre, unas veces seviche otras sebiche. nunca cebiche, como debe ser puesto que la palabra deriva de  cebolla. O, cuando el sucre era una moneda real, no virtual como ahora, y en Morelia eché a la calle una de cincuenta centavos, conocidas como “borrachitas” porque las hizo  troquelar y circular el presidente Carlos Julio Arosemena  cuya adicción al trago era un secreto a voces. Y esa borrachita fue recuperada por un exalumno mío, Gustavo Masso, quien me la  envió con la siguiente nota escrita en una servilleta de papel del restaurante chilango El Portón, “En la colonia Roma, una noche de 1995, apareció la  moneda ecuatoriana que fue tirada en las calles de Morelia. Felicidades, Maestro, Gustavo Masso. Y también el resumen de Entretenimiento del 2010, realizado por un matutino local, en el que junto al mundial de fútbol de Sudáfrica, el décimo título de la Liga, el nuevo  rey de la fórmula uno, una boda real (no de realidad sino de realeza) y otras mangajadas, se consigna la muerte de Saramago, el premio Nobel de Vargas Llosa y el Cervantes de Ana María Matute. Ante un mierdero tal lo de Ripley es poco y solo cabe el silencio. Un silencio más triste que el silencio de Dios.


Todo esto, esta mezcla de absurdo y fantasía es nuestra cotidianidad, el pan nuestro de cada día, porque sin invención y sin absurdo la vida sería imposible.
A final de cuentas, todo lo que inventamos es cierto, dice Flaubert, y la realidad es lo increíble, según Clarice Lispector.


Y como sin ejercitar la fantasía, incluso en aquello que contradice la razón, es decir, el absurdo, Vargas Llosa escribe su más reciente novela narrando el sueño de un hombre que comienza en El Congo en 1903 y termina en la cárcel de Londres, una mañana de 1916, necesidad  (¿necedad?) del celta,  cuyo sueño no era otro que la liberación de Irlanda que se dio apenas en 1922, y no de  la del Norte, que sigue bajo el dominio inglés.


El texto dividido en cuatro partes -El Congo, La Amazonia, Irlanda y Epílogo- describe y condena el colonialismo y el neocolonialismo, más sofisticado este y más  cruel.


Los datos que trae el volumen sobre la obra de Vargas Llosa son apabullantes. Una docena de novelas, entre las que sobresalen La  guerra del fin el mundo y La ciudad y  los perros, en mi opinión, cual número (o más) de obras de teatro, y varios libros de ensayo y otros estudios.


Toda esta amplia producción no solo impresiona por su cantidad sino también por su altísima calidad media. Un fenómeno, pues, que no tiene parangón en castellano. Hablando con cursilería y los términos del gusto medio (mal gusto) tendríamos que decir: Es el Balzac de Latinoamérica.


El sueño del celta es una muestra más de la solvencia narrativa del flamante premio Nobel peruano que, según una famosa lingüista, comete  errores garrafales en su escritura. Cabe subrayar que garrafal no viene de garrafa sino de una especie de guinda o cereza muy grande y sabrosa,  y es relación a ella que se habla de errores garrafales (¿grandes y sabrosos?).


El sueño del celta (Alfaguara, Quito, 2010) de Mario Vargas Llosa es una novela bien armada, de bloques sólidos, nítidamente propuestos. Es el resultado de una investigación y oficio admirables, destacando, por ende, lo artesanal...


Sin mayores juegos con el lenguaje, la novela fluye y se lee bien, a pesar de que es reiterativa y a ratos repetitiva.

Miguel Donoso ParejaEscritor

Fuente: ( El Telegrafo )

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