sábado, 25 de junio de 2011

El despilfarro del ahorro energético

La Comisión Europea se ha embarcado en una cruzada por el ahorro energético. De acuerdo con la política estrella de la UE, el famoso plan 20-20-20, en 2020 los países de la Unión deberán reducir un 20% la emisión de CO2 (con respecto a 1990), alcanzar un 20% de fuente energética renovables y ahorrar un 20% del consumo energético. Es difícil decidir cuál de los tres objetivos es más absurdo y dañino.

Los políticos ven ahora que los dos primeros 20% pueden cumplirse. El primero gracias a la enorme crisis generada por la banca central, que ha reducido la actividad económica de tal modo que nos acerca a lograr algo que parecía totalmente imposible de otro modo. Quienes decían que este objetivo provocaría una crisis económica olvidaron añadir que si sufriéramos una crisis por otros motivos, los objetivos podrían cumplirse. Ahora bien, doy por seguro que a excepción del movimiento radical ecologista y los políticos de Bruselas que le siguen el juego, la ciudadanía preferiría no estar cumpliendo este objetivo.

El segundo 20% es posible que se logre a base de gigantescas subvenciones con el dinero del contribuyente. Cada año se destinan en Europa unos 70.0000 millones de euros a subvencionar las energías renovables. España, líder europeo en esta política, destinó el año pasado cerca de 7.000 millones en subvencionar estas ineficientes formas de producir energía a gran escala. Los países que más han avanzado en esta meta verde son precisamente aquellos países en los que la electricidad es más cara. El éxito de esta medida supone familias con menor poder adquisitivo y empresas con costes más elevados y menos competitivas. ¿Alguien pensaba que la fiesta verde sería gratuita?

El otro 20%, el del ahorro energético, está lejos de ser alcanzado. Por eso Bruselas propuso el miércoles una nueva directiva con un paquete de medidas para obligar a los Estados miembros a reducir el consumo energético. Toca ahorrar energía para contentar a los voceros del Apocalipsis medioambiental y poder afirmar en 2020 que las políticas de la UE han resultado ser un éxito; olvidando siempre el inmenso coste que suponen a la sociedad.
"La energía más barata es la que no se consume". Esta no es la frase de una pancarta de una comuna hippy, escrita con tinta de su huerto ecológico. Así arranca la noticia de la propuesta comunitaria en la web de la Comisión, dejando al descubierto la tara ideológica de quienes promueven la medida. La idea es imponer el ahorro del consumo y el incremento de la eficiencia energética a través de normas de obligado cumplimiento (aunque al menos en una primera fase se permitirá probar otras formas de lograr los objetivos).

Detrás de la norma se esconde la falacia mercantilista de que el uso de energía es malo porque cada vez que apretamos el interruptor estamos enviando un cheque a los países productores e incrementando nuestro déficit exterior. A estos políticos les vendría bien un curso de introducción a la economía de dos tardes en el que se explicara el fundamento del comercio y de la división internacional del trabajo. Si nos tomamos en serio su filosofía, lo mejor sería regresar a la edad de piedra.

Si el objetivo es mejorar la eficiencia técnica, queda mucho trabajo por delante. La eficiencia energética puede ser mejorada desde la central eléctrica (sea este de energía fósil, de molinos eólicos o de paneles solares) hasta su uso final, pasando por el transporte y la conversión. Sin embargo, no toda mejora técnica se traduce en una mejora económica. En ocasiones, las mejoras técnicas requieren el uso de tal cantidad de recursos valiosos que su puesta en práctica supone un derroche económico.

En el mercado, las empresas tratan de mejorar continuamente su eficiencia energética en términos económicos, lo cual garantiza que no implementen medidas de mejora meramente técnicas que puedan suponer un despilfarro de recursos. Es así como en EEUU la eficiencia energética ha mejorado de tal manera que por unidad de energía usada, se produce hoy el doble de PIB que en 1950, y no porque a un político se le haya ocurrido la peregrina idea de imponer ahorro energético.

Por no entender, los políticos europeos ni siquiera entienden que incluso si suponemos que las mejoras en eficiencia serán económicamente sostenibles, el resultado a medio plazo no será un menor consumo de energía sino todo lo contrario. Cada mejora en eficiencia económico-energética a lo largo de la historia ha dado como resultado grandes incrementos en la demanda de energía. Si lo que quieren nuestros políticos es reducir el consumo energético, tendrán que reducir la eficiencia y por fortuna esa disparatada política la reservan por ahora al fomento de las renovables.

La cuestión esencial de la energía es cómo producir energía para uso humano de la forma más económica posible. La competencia por ofertar precios bajos hará que los productores persigan todas las mejoras en eficiencia energética que sean económicamente sostenibles y ayudará a evitar aquellas que nos empobrezcan. Pero, sobre todo, será esa energía barata y esa eficiencia energética desde la perspectiva económica la que nos permitirá seguir reduciendo la pobreza en el mundo e innovando para mejorar nuestro medio ambiente.

Gabriel Calzada, presidente del Instituto Juan de Mariana.

Fuente: ( expansion )

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