lunes, 6 de junio de 2011

Tras las huellas del agua

Hablar de la defensa de los recursos hídricos argentinos y sudamericanos abarca (o debería abarcar) mucho más que lo militar, aun cuando esto sea necesario. Precisamente el concepto de “huella del agua” reviste gran importancia para países como el nuestro, al tiempo que es prolijamente olvidado por las potencias con problemas en la materia.

Como es sabido, América del Sur alberga el 26% del agua dulce mundial y tan sólo el 6% de la población. Dispone de riquísimas cuencas hidrográficas, dos de las cuales se hallan relativamente conectadas una con la otra, ofreciendo así una continuidad muy valiosa para el desarrollo de biomas y favoreciendo la renovación de cara al consumo humano.

Más allá de ello, los acuíferos son las verdaderas reservas de cara al futuro: Sudamérica posee 29 recursos transfronterizos, a los cuales debe sumarse un número menor de reservas nacionales. De todos modos, las dimensiones son variables: los principales son el Guaraní (Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay) y el recientemente descubierto Alter do Chao (Brasil).

Esta abundancia no ha pasado desapercibida para las grandes potencias, lo cual es razonable si se lo piensa en términos estratégicos: desde una perspectiva geopolítica, la posesión de un recurso valioso por parte de un Estado se transforma en un factor de poder, y ello es precisamente lo que sucede y en forma creciente sucederá en Sudamérica con respecto al resto del mundo. En ese juego de intereses los actores más poderosos de la arena internacional podrían tener parte, cada uno por distintos motivos. Rusia por sus excedentes (tercero mundial, tras Brasil y Canadá) y una posible alianza; China e India por sus déficits estructurales, la Unión Europea por el comercio del agua embotellada, Estados Unidos por sus problemas de contaminación y por la escasez en las áreas más pobladas.


Se ha creado casi una mitología en torno a los intereses -supuestos y no tanto- de Estados Unidos sobre los recursos de la región. En esencia, lo que se teme es una apropiación unilateral y violenta que se materializaría en la extracción del agua y su transporte hacia el Norte. Allí apuntan por ejemplo el documento Santa Fe IV, preparado por un influyente grupo del Partido Republicano en 2000, que propone entre los principales elementos geoestratégicos para la seguridad nacional de EEUU en el siglo XXI “que los recursos naturales del hemisferio estén disponibles para responder a nuestras prioridades nacionales”.

Menos sutil aún es la inclusión de la Amazonia como zona de administración internacional. En “Introducción a la Geografía”, edición 2006, del autor David Norman, se menciona textualmente en la página 76: “la Primera Reserva Internacional de la Selva Amazónica (FIRAF, por su sigla en inglés) y su fundación fue dada por el hecho de que la Amazonia está localizada en América del Sur, una de las regiones más pobres del mundo y cercada por países irresponsables, crueles y autoritarios. Fue parte de ocho países diferentes y extraños, los cuales son en su mayoría reinos de la violencia, tráfico de drogas, ignorancia y de pueblos sin inteligencia y primitivos. El valor de esta área es incalculable, pero el planeta puede estar seguro de que los EEUU no permitirán que estos países latinoamericanos exploten y destruyan esta verdadera propiedad de toda la humanidad. FIRAF es como un parque internacional con severas reservas para la explotación”. Siendo ésta la educación que se imparte, las hipotéticas intenciones norteamericanas de poner pie en Sudamérica en busca de agua no parecen tan alejadas de la realidad.

La amenaza invisible


En todo caso, lo que interesa poner de manifiesto es que la amenaza o la depredación de las reservas de agua dulce no necesariamente deben ejecutarse por medio de la extracción y el embotellamiento, sea esto a nivel comercial o incluso vía una ocupación militar.

En realidad, una cuestión mucho más sutil a la vez que efectiva es la transferencia implícita de los recursos a través de la exportación de productos intensivos en agua dulce, una dinámica no siempre adecuadamente recompensada en el plano internacional. Es aquí donde cobra relieve el concepto de “huella del agua”.

Dicha categoría fue elaborada por el holandés Arjen Hoekstra, y puede ser definida como el volumen de agua dulce utilizado para producir los bienes y servicios que consume un individuo o una comunidad.  En ese sentido, corresponde diferenciar entre la huella del agua del consumo nacional y la cantidad efectivamente consumida dentro del territorio; el resultado es la presencia de déficits y superávits que merecen ser considerados.

Dicha dinámica de escasez y abundancia ha sido abarcada por la noción de agua virtual (Hoekstra, 2011), la cual atiende a las “importaciones” y “exportaciones” del recurso. De tal manera, un país con problemas hídricos puede solucionarlos importando productos intensivos en agua dulce y enfocando sus esfuerzos en otros menos exigentes.

En ese sentido, no escapará a nadie que Argentina es una exportadora neta de agua, al tiempo que países como China e India son eminentemente importadores.

Está claro que nunca una nación normal se arriesgaría a dejar en manos de otra todo su esquema de producción alimentario; más bien cabría pensar en reemplazos parciales o en una provisión indirecta. Por ejemplo, China se ha planteado no importar más del 5% de los alimentos para evitar problemas estratégicos, pero al mismo tiempo apuesta a comprar porotos de soja en gran escala a fin de alimentar a los animales que luego serán sustento de la población. Precisamente en el 2010 el 71,11% de las exportaciones argentinas a China fueron de semillas y frutos oleaginosos (un 70% de porotos de soja excluidos para siembra) por un valor de 4200 millones de dólares.

La reflexión que cabría extraer de todo lo anterior no es la de una necesidad de cerrarse al comercio ni de crear un alarmismo carente de base inmediata; más bien se trata de pensar en la posibilidad de articular y elaborar una política hídrica integral que permita proteger el recurso atento a su explotación sustentable de cara al futuro.

Argentina tiene la posibilidad de trabajar en forma conjunta con los países del MERCOSUR, como de hecho ha sucedido respecto al Acuífero Guaraní con el Tratado de Protección de agosto del 2010. Es posible también considerar la posibilidad de una política sudamericana a nivel de la UNASUR, a fin de incluir las ricas experiencias que la Comunidad Andina de Naciones (más urgida en este aspecto) posee en materia de administración y conservación hídrica.

A nivel de los foros internacionales, sería interesante explorar la posibilidad de aunar esfuerzos con Canadá y Rusia, para proponer una más correcta valuación del agua empleada en el proceso productivo y prepararse con tiempo y bajo el ala de la diplomacia frente a un tema que dará que hablar en las décadas por venir.

por Dr. Martín Dieser




Fuente: ( noticiasyprotagonistas )

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