domingo, 8 de enero de 2012

Vías tailandesas

Crónica de un viaje en tren uniendo las dos ciudades más importantes de Tailandia: Bangkok, la capital, y Chiang Mai, la bella urbe de los templos en el montañoso norte tailandés. Una travesía que tiene espiritualidad, mercados animados, curiosidades y hasta paseos en elefante para espíritus amantes de la aventura.



Por Mariana Lafont

El punto de partida de nuestro periplo fue la frenética Bangkok, la ciudad más poblada de Tailandia y capital del “país de las sonrisas”. Con más de 11 millones de habitantes y un calor agobiante, es una extraña combinación entre lo cosmopolita, lo tradicional, lo futurista, lo lujurioso y lo espiritual. Su gente la llama “Krung Thep”, pero para los extranjeros es “Bangkok” porque allí había una aldea de pescadores, Ban Makok, que existía desde la época en que Ayutthaya era capital de Siam (reino que ocupaba Tailandia, Camboya y Laos y que en 1932 cambió su nombre a Tailandia). En 1782, tras caer en 1767 en manos de los birmanos, se trasladó a su actual ubicación.
Bangkok es un importante centro político y económico del sudeste asiático atravesado por el río Chao Phraya, un lindo oasis para recorrer en ferry y huir por un rato del cemento y el tráfico. En el pasado era conocida como la “Venecia de Oriente” gracias a su vasta red de canales: sin embargo, el rápido crecimiento en la segunda mitad del siglo XX hizo que estas vías acuáticas fueran reemplazadas por transportes terrestres, en especial por los tuk tuk que hoy dominan las calles de todo el país. Estas llamativas motos con carroza acoplada para pasajeros suelen ser muy extravagantes por su colorida decoración y son las favoritas de los niños que visitan el país. Pero atención: suele ser arduo y complicado librarse de los conductores que acosan al turista para que se suba. Es una buena y rápida opción para trayectos cortos, no apta para temerosos ya que estos ágiles vehículos se meten por donde sea como si fueran simples motos. Antes de subir regatee con actitud, de lo contrario pagará varias veces el precio real.
El imponente frente de la estación de trenes de Bangkok, de noche.
PALACIOS, TEMPLOS Y MERCADOS Desde que se pone un pie en Tailandia la imagen del rey Bhumibol Adulyadej está siempre presente en enormes retratos sobre avenidas, calles y junto a edificios importantes. El soberano está en el trono desde 1946 y es el jefe de Estado que más tiempo lleva en el cargo en el mundo. Por ello una visita obligada es al Palacio Real, un complejo de magníficos edificios que fue residencia de los monarcas desde el siglo XVIII hasta mediados del XX. Y si bien el rey ya no vive aquí, el Chakri Mahaprasad Hall –uno de los edificios principales, de estilo renacentista italiano– todavía se usa para eventos y ceremonias oficiales.
En el palacio se encuentra el Wat Phra Kaen, el templo budista más importante y sagrado del país, con el Buda Esmeralda, que se considera el principal icono religioso tailandés. La representación, de 45 centímetros de alto, está hecha en jade verde y adornada con ropajes de oro. Hay tres distintos pero sólo el rey puede tocarlos, cuando hay cambio de estación (verano, invierno y lluvias). Los fieles, que desfilan en forma incesante, toman una flor sagrada –la flor de loto– antes de entrar para rezar y saludar a Buda. Casi el 95% de los tailandeses son budistas de la tradición theravada, pero también hay musulmanes, cristianos e hindúes, mientras los chinos se concentran en Chinatown.
Del Palacio Real hay que ir al Buda Reclinado en el Wat Pho, el templo más grande y antiguo de Bangkok. El Rey Rama III mandó hacer esta impresionante figura dorada de 46 metros de largo, con una cara de 15 metros y pies de tres metros de alto por cinco de largo. Al entrar el visitante se topa con una enorme cabeza, tan grande que el Buda parece no caber en el salón. La figura es de estuco laminado en oro y los pies son una joyita donde se ilustra el paso de Buda al nirvana con bellísimas incrustaciones de madreperla.
Una de las cosas que más llama la atención del extranjero en Asia es el intenso uso de la calles, y Bangkok no es excepción. En Siam Square hay muchos centros comerciales y “shoppings callejeros” con una desopilante gama de productos. En Khao San, la gran calle mochilera, hay hoteles baratos, agencias de viaje, tiendas, casas de masaje y restaurantes de comida internacional y tailandesa a buen precio. De noche es un divertido zoológico. Bares con música, vendedores ambulantes, gente disfrazada y muchos jóvenes divirtiéndose. Pese al ruido está muy bien ubicada, cerca de las atracciones principales. Cerca de allí, Chinatown se extiende a lo largo de la vibrante avenida Yaowarat, que de noche se llena de puestos de comida china.
Los fanáticos de las ferias y los mercados estarán a gusto en Bangkok. Los hay de todo tipo y tamaño. Chatuchak es uno de los más grandes del mundo y abre los fines de semana. Este laberinto de 150.000 metros cuadrados ofrece miles de productos: ropa, calzado, comidas, antigüedades, juguetes, videojuegos, libros, electrodomésticos y mascotas. Finalmente, a dos horas en bus desde Bangkok, en Damnoensaduak, hay un mercado flotante dominado por mujeres que reman en coloridas canoas vendiendo mercancías. Los más llamativos son los “botes restaurante”, que llevan cocina a bordo y cuando la gente pasa ofrecen arrolladitos primavera y otros platos.
A bordo del tren, por la mañana se amanece en el verdor del norte de Tailandia.
VIA CHIANG MAI La historia ferroviaria de Tailandia se remonta a 1891, con el tendido de una línea que une Bangkok y el noreste del país. Hacia 1946 ya había casi 2500 kilómetros de vías. En 1951, cuando se nacionalizó la empresa, dejó de llamarse Royal State Railways of Siam para ser conocida como State Railway of Thailand; hoy tiene poco más de 4000 kilómetros de vías. Para ir a Chiang Mai, por lo tanto, la mejor opción es viajar en tren. La ciudad más grande y cultural del norte de Tailandia está a 700 kilómetros de Bangkok, asentada entre verdes montañas sobre la ribera del río Ping.
El tren parte de la estación Hua Lamphong, que es también una de las cabeceras del metro. Allí los empleados de un stand de informes, que proporcionan ayuda en inglés, nos acompañaron hasta la boletería para oficiar de intérpretes de tailandés ante el vendedor: sencillo y eficaz.
La opción clásica –y la que nosotros elegimos– es el viaje nocturno, que demora entre doce o quince horas según el servicio (además hay muchas frecuencias). Si bien no se puede apreciar todo el recorrido, sí se ve el paisaje durante la mañana, horas antes de llegar a Chiang Mai. Otros viajeros prefieren en cambio dividir el viaje en dos: van de Bangkok a Ayutthaya, pasan un día conociendo las ruinas de la antigua capital del Reino de Siam y luego siguen viaje. Por falta de tiempo, nosotros fuimos directo y optamos por las literas de segunda clase, con aire acondicionado, muy cómodas, seguras y a excelente precio. Nuestro tren partió a las 19.35 y se suponía que tenía que llegar a las 9.45 del día siguiente, pero arribó en realidad dos horas más tarde.

El día del viaje llegamos con media hora de anticipación y esperamos en el hall principal. Nos llamó la atención ver que la mayoría de los pasajeros esperaban sentados o acostados en el suelo, que se veía bien limpio, mientras miraban televisión en dos pantallas gigantes. Una vez que la formación estuvo en el andén buscamos nuestro vagón y subimos. En la segunda clase no hay compartimentos privados sino que es un coche lleno de literas; en cambio, en la primera clase sí hay camarotes. Apenas encontramos los asientos y acomodamos las mochilas, vino una simpática joven, nos ofreció zumo y nos dio la carta por si queríamos ordenar la cena. También el desayuno debía pedirse esa misma noche para tenerlo listo a la mañana siguiente. Ordenamos y acomodamos la mesa (del estilo “quita y pon”) para comer nuestra vianda y leer un poco.

Lo mejor fue cuando, pasadas las nueve de la noche, vino un empleado para hacer las literas. En minutos levantó la mesa, transformó los asientos en camas y las preparó. Como no era cómodo estar sentados, enseguida nos fuimos a dormir y, si bien la luz no se apagó en toda la noche, no molestó ya que cada litera tenía cortinas. A la mañana siguiente nos despertaron para hacer las camas; de vuelta armamos la mesa y enseguida vino el café que habíamos pedido para el desayuno. Por la ventanilla se veía una profusa vegetación con diferentes tonos de verdes. Dos horas después del desayuno arribamos a Chiang Mai, mirando mientras caminábamos por el andén cómo unos jóvenes lavaban con mangueras el tren para dejarlo listo antes de la próxima partida.

Una canoa-puesto navega por los canales del Mercado Flotante, en las afueras de Bangkok.

ACTIVA Y ESPIRITUAL La antigua capital del Reino Lanna está colmada de templos y además ofrece trekkings, paseos en elefante, masajes relajantes y cursos de cocina thai. Al no tener un ritmo tan ajetreado como la capital es un placer perderse por las calles rodeadas de murallas. Es una ciudad fácil de conocer, que ofrece muchas actividades e invita a quedarse más de lo planeado. Lanna fue un reino del norte de Tailandia fundado en 1259 por el rey Mengrai, y Chiang Mai (“ciudad nueva” en tailandés) fue la capital desde 1296. Mengrai mandó hacerle un foso y un muro alrededor para protegerla de las invasiones de Birmania: y aunque hoy queda poco, las murallas fueron reconstruidas en algunas partes.

Adentro está el casco histórico, con bares, hoteles, restaurantes y más de 30 templos de la época de la fundación. Su arquitectura combina estilos birmanos, de Sri Lanka y Lanna tailandés, con intrincados tallados en madera, guardianes leoninos y escaleras con nagas (semidioses en forma de serpiente). El más venerado es Wat Phrathat Doi Suthep (o simplemente Doi Suthep, es decir “Monte Suthep”), a 13 kilómetros de la ciudad. Tan importante es que, según los locales, “si no fue a Doi Suthep no estuvo en Chiang Mai”. Este templo de 1383 se levanta en una colina a 1000 metros y su estupa dorada se ve de lejos. La vía de acceso es una imponente escalinata de 306 escalones protegida por nagas, con fieles y monjes yendo y viniendo mientras suenan las campanas. Otro templo infaltable es Wat Chedi Luang, de 1401 y dominado por un gran chedi dañado por un terremoto en 1545. No se pierda las “charlas con monjes”, una gran oportunidad de mutuo intercambio con jóvenes religiosos que quieren practicar inglés.

Por las noches la ciudad se activa. La temperatura baja y todos están en la calle. Hay dos mercados: el turístico, que abre todas las noches, con artesanías, souvenirs y un patio de comidas; y el local, donde los lugareños compran ropa y sobre todo comen. Pero el mejor es el del domingo, el Sunday Walking Street en la Avenida Ratchadamneon, desde la puerta de Thapae. Puesteros, artesanos, artistas, bandas musicales, turistas y locales se adueñan de las calles desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche. Después de tanto caminar hay que darse un masaje de pies, la espalda o el cuerpo entero en plena calle, mientras el resto sigue paseando.

Desde Chiang Mai hay muchos paseos. Son clásicos los trekkings por las montañas y cascadas de la zona, además de raftings en balsa de bambú y visitas a tribus de montaña como los akha, hmong, karen y lisu. Otra alternativa es ir a Pai, a 127 kilómetros por un ondulante camino de montaña, para disfrutar de la tranquilidad de esta pequeña villa. Allí hay tours de una hora en elefante, que permiten optar entre paseos a la jungla o el río: con ganas de un chapuzón y de reírse un rato, la segunda opción es la mejor. Luego de caminar unos minutos, y de acostumbrarse a estar montando semejante animal, el guía se mete al agua y ordena al elefante que se mueva y se bañe. ¿El detalle? Que mientras lo hace uno está arriba tratando de no caerse, lo cual es, literalmente, imposible.


Fuente: ( Pagina 12 )

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