sábado, 17 de agosto de 2013

Escape de Alcatraz, el hombre que nadó con su nuevo pulmón

En 2008 Gavin Maitland pasó por un doble trasplante de pulmón que le salvó la vida. Cinco años más tarde, nadó desde la isla de Alcatraz a San Francisco, en California, Estados Unidos, acompañado de sus dos hijos. Una hazaña que refleja su viaje de regreso del borde de la muerte. A continuación cuenta su experiencia.
"Quiero nadar de Alcatraz para celebrar mi quinto aniversario", anuncié durante la cena de un domingo de octubre.
Mi esposa, Julie, abrió sus ojos. No dijo nada, pero casi pude escuchar lo que estaba pensando: "Genial, otra de sus ideas locas". Zander y Riley -mis hijos- se quedaron mirándome. Tampoco dijeron nada.
El aniversario al que me estaba refiriendo era el quinto año desde mi trasplante bilateral del 14 de marzo de 2008. Un trasplante de pulmón es un procedimiento increíblemente complejo, y los pacientes son normalmente juzgados por su supervivencia postoperatoria en varias etapas: un año, tres años y cinco años.
Los resultados para los receptores de pulmón son los peores de todos los órganos sólidos trasplantados.
Alcanzar el hito de los cinco años se trataba de un logro significativo, y lo quería marcar con algo especial.
Siempre he tenido una fuerte atracción hacia el agua. Siempre he disfrutado nadar en cualquier lago, pozo o mar que pueda encontrar.
El verano anterior, uno de los profesores de natación de Zander y Riley había mencionado que hace un par de años participó en la competición conocida como "El nado de Alcatraz". ¿El nado de Alcatraz? Eso realmente captó mi imaginación.
Hice un poco de investigación y descubrí que existían varias compañías que organizaban expediciones y carreras de natación. En mi mente la cuestión era concluyente; el nado en aguas abiertas desde Alcatraz sería la manera perfecta de celebrar mi quinto aniversario.
"¿Creen que lo pueda hacer?", pregunté para romper el silencio. "No es muy lejos, sólo es un poco más de una milla (1,6km)".
"Seguro", dijo con cautela Zander. Hizo una pausa. "Pero yo también lo quiero hacer".
"¿Tú también?", dije un poco sorprendido. "Si sólo tienes 13 años. El agua será muy fría. Frío, olas, corrientes... quizás tiburones".
"¿Tiburones?", en ese momento tuve toda la atención de Riley. Ella hizo una pausa y tras pensarlo detenidamente dijo cuidadosamente: "Si Zander lo hace, ¿lo puedo hacer yo también?".
"Riley", razoné con nerviosismo. "Ni siquiera te gustan las olas. El agua es muy fría y es un trayecto largo en aguas abiertas". Tanto Zander como Riley eran fuertes y competitivos nadadores, pero la mayoría de su experiencia había sido en agua templada en piscinas de 25 metros. "Pero tú mismo dijiste que es sólo una milla", me contestó.
"Ok", dije resignado. Sé cuando me han ganado. "Lo miraré".
En un principio quería nadar en marzo, exactamente cinco años después de mi trasplante, pero Leslie, la fundadora de un grupo que encontré que organiza expediciones de nado, me aconsejó esperar hasta mayo, cuando el agua sería unos grados más caliente.
Honestamente, ninguno de nosotros tenía un pedigree muy convincente de nadar en aguas abiertas. En vez, decidí explicarle a la mujer que vivíamos en Colorado donde no hay muchas oportunidades para nadar en el océano. "No obstante, los dos han nadado en lagos durante triatlones, ellos entrenan en una piscina varias veces a la semana y", hice una pausa, "son unos niños muy fuertes". Leslie pareció satisfecha.

Día crucial

Cruce
El cruce es de poco más de 1,5 km pero tiene la dificultad de las corrientes de dos ríos.
El día del nado empezó muy temprano. Zander, Riley, Julie y yo nos levantamos a las 6.00 en nuestra habitación de hotel en San Francisco. Habíamos volado el día anterior desde nuestra casa en Boulder, Colorado. Nuestros trajes de neopreno estaban muy bien colocados en la habitación y nos los pusimos mientras nos llenamos de omelettes y tostadas.
Fuimos los primeros en llegar al punto de encuentro, donde apreciamos la salida del sol tras las calmadas aguas de la bahía de San Francisco.
Puse mi bolsa en un árbol, hice algunos estiramientos y empecé a calentar por el paseo que está al lado de la arena de la playa. Con mis nuevos pulmones trasplantados me toma más tiempo que a la mayoría de las personas abrir mis vías respiratorias de manera tal que el oxígeno pueda fluir con mayor facilidad.
Miré mi reloj. Hora de la medicación. Cuidadosamente he ajustado mi dosis matutinas de Prograf, el inmunosupresor que debo tomar dos veces al día, con exactamente 12 horas de diferencia.
Saqué mi pequeña caja de pastillas y me tragué tres cápsulas. Los meses siguientes a mi trasplante a menudo resentí tener que cumplir con un estricto régimen de fármacos que son cuestión de vida o muerte para todos los receptores de órgano.
Ahora, cinco años después, me los trago con el entusiasmo de un labrador que devora su desayuno, totalmente agradecido del vital papel que juegan en mantenerme sano y con vida.
A las 7.15 de esa mañana, había diez nadadores en la ladera de hierba. Me puse junto a los demás y, deseosos con la anticipación, Zander y Riley a cada lado.
"A todos se les ha asignado los kayaks, así que asegúrense de estar cerca todo el tiempo. Y por favor, manténganse a 25 yardas (22 metros) uno del otro mientras nadan", nos recordó Leslie.
"Estarán nadando a través de dos corrientes, una que viene del puente Golden Gate de oeste a este. Una vez que la crucen, hay una segunda corriente que fluye en la dirección opuesta, de este a oeste. Así que estén alerta y mantengan la vista en los edificios del horizonte".
Caminamos juntos hasta el barco de apoyo que nos llevaría a la isla. En unos minutos de haber zarpado, estábamos camino a la fascinante y prohibida isla de Alcatraz.
Alcatraz, la pequeña isla que con frecuencia se le refiere como "La roca", en un principio fue desarrollada para ser un faro, luego una fortificación militar y, más tarde y con más fama, una prisión que funcionó entre 1933 y 1963.
Se dice que con frecuencia los prisioneros de Alcatraz estaban atormentados con los sonidos de la vida cotidiana de la ciudad, exasperadamente cerca, a tan solo el otro lado del agua pero, y al mismo tiempo, como a un millón de kilómetros de distancia.
¿En realidad estaba la costa tan cerca? Sentí un torrente de euforia cuando Leslie empezó a ordenar a los nadadores que saltaran.

El logro de ser el último

Gavin Maitland
Maitland adelgazó mucho antes del trasplante.
El ejercicio está muy ligado a la recuperación de trasplante de pulmón de los pacientes. Tras la operación, como mínimo ejercité lo que recomendaron los médicos, y con frecuencia mucho más.
Tras 13 meses con mis pulmones nuevos, competí en mi primer triatlón, que consistió en 750 mt de natación, 20 km de bicicleta y 5 km de carrera.
De todos los competidores, fui el último. Pero no me importó. Volver a nadar era una progresión natural en el proceso de recuperación.
Los tres nadamos juntos los primeros 20 minutos, nos alternábamos entre estilo libre y pecho. Zander y Riley se aclimataron con rapidez al agua fría y empezaron a disfrutar la sensación de estar rodeados de agua. Podía ver sus brillantes gorros verdes justo al frente de mí y escuchar sus voces. Yo me concentré en mi nado, dando brazadas estables y concentrándome en la silueta de los edificios en el horizonte.
Tras hora y media, Zander y Riley empezaron a impacientarse. "¡Vamos, papi!", me gritaron mientras me esperaban. Tan pronto como los alcanzaba ellos me dejaban atrás otra vez.
Las distancias en aguas abiertas son engañosas. La mayoría del tiempo parece que no estás avanzando, pues el escenario no cambia.
Tienes que confiar en que todavía te estás moviendo lenta y constantemente en el agua, cada vez más cerca de tierra firme. La inmensidad del agua puede ser mentalmente abrumadora, especialmente si piensas en cuán profundo puede ser.
Aun así, hay algo suave y relajante, incluso espiritual, sobre nadar en aguas abiertas. Las olas se mueven con suavidad hacia arriba y hacia abajo y sientes la sedosidad del agua en tu piel expuesta.

Sin esperanzas de vida

Nadie sabe el motivo por el cual fallaron mis pulmones a mis 41 años. Yo soy un caso inusual.
El patólogo de mi hospital de trasplante le dio a mi enfermedad un impronunciable nombre en la carta 43. "Es algún tipo de fibrosis pulmonar", dijo. "Donde el suave tejido del pulmón se vuelve duro e inútil".
Su conclusión oficial fue que "no tenemos idea de lo que causó tu enfermedad pulmonar".
No fumador y entusiasta del ejercicio, disfruté de una salud perfecta hasta mediados de mis 30. Participé en carreras y competencias de natación en el colegio y la universidad. Después de graduarme participe en carreras de 10 km, así como media maratones y maratones.
El deterioro de mis pulmones empezó con una persistente tos seca. Consulté a mi médico general, quien pensó que podría ser asma, pero no estaba seguro.
Pasaron los meses y consulté a varios doctores, insatisfecho por la falta de diagnóstico o tratamiento.
Un neumólogo, tras mirar la última tomografía, admitió: "Honestamente, estoy perplejo".
El tiempo pasó y mi tolerancia al ejercicio decayó, mi respiración empezó a ser más laboriosa, estaba notablemente más delgado y todavía nadie me podía decir lo que me pasaba.
Cinco años después de que empezara la tos, Julie me condujo frenéticamente al hospital una memorable mañana de sábado después de que cayera al suelo y no me pudiera levantar.
Podía ver la cara de preocupación de los neumólogos del hospital. En los rayos X había una masa blanca, los niveles de saturación de oxígeno estaban por debajo del 90% y no me podía mantener de pie solo.
Durante las siguientes semanas, una sucesión de malas noticias me habían acabado. Me dijeron que sólo me quedaban seis meses de vida y que mi única oportunidad de supervivencia era un trasplante bilateral de pulmón.
Y entonces, tras semanas de consultas, pruebas, citas e intervenciones, un médico de trasplante del hospital telefoneó a Julie para decirle que no pensaban que yo podría sobrevivir a la operación, así que ya no me aceptaban como paciente.

Cuestión de perseverancia

En los siguientes frenéticos meses, Julie investigó, identificó y contactó 17 hospitales diferentes de trasplante de todo el país, lo que siguió a llamadas y correos electrónicos.
Gavin y su hija
El cruce fue para marcar el quinto aniversario de su doble trasplante de pulmón.
A pesar de una avalancha de rechazos, eventualmente un hospital respondió positivamente. El Centro Médico Universitario Duke en Durham, Carolina del Norte, dijo que sí, que podrían ayudar y que fuéramos.
Me apuré a comprar un billete de ida de avión, y antes de que me diera cuenta estaba en la lista de espera de trasplante.
Poco después, ocurrió la trágica muerte de un joven, la dura decisión de su familia de donar sus órganos, la locura de la logística, la genialidad médica del siglo XXI, la cruda emoción y la difícil recuperación que va junto a un trasplante de órgano.
Antes de la operación sólo podía hacer respiraciones cortas. Cuando me desperté de la anestesia, inhalé el más hermoso, profundo y largo aire que podía imaginar. A pesar del dolor en mi torso, me dieron ganas de levantarme y celebrar.
Con frecuencia la gente se refiere al trasplante de pulmón como "un segundo aire", a pesar de que los especialistas son enfáticos al decir que el trasplante no es una cura, sino simplemente un intercambio de una enfermedad por otra.
El promedio actual del período de sobrevivencia para un receptor de pulmón en Estados Unidos y Europa es de cinco años.
Las estadísticas dicen que las probabilidades de llegar a los 10 años de trasplante de pulmón es del 30%, lo que significa que sólo uno de cada tres pacientes celebrará su décimo aniversario.
Así que ¿cuánto más durará mi segundo aire? Honestamente no lo sé. Sin duda la estadística cuenta una historia, pero es parcial.
Conozco a un hombre en sus 40 que lleva 10 años con el trasplante y a una mujer en sus 50 que tiene más de 17 años.
Mi neumólogo me dijo recientemente que mi salud estaba en el 1% del tope de sus pacientes de trasplante. De tal manera que me mantengo optimista en que estaré por aquí por algún tiempo.
En la medida que nos acercamos al Aquatic Park, Zander y Riley se adelantaron con un nuevo kayak, mientras que el mío se mantuvo a mi lado.

Casi se escapa

De repente un calambre se esparció de mi pierna izquierda a la derecha. Con las dos piernas bloqueadas, supe que ya no podía seguir nadando. Necesitaba tomar agua en los próximos segundos o de lo contrarío estaría contorsionándome de la agonía.
Señalé al monitor del Kayak que necesitaba ayuda. En un instante se puso a mi lado. "¡Calambre! ", es lo que alcancé a decir. "Lo siento, necesito salirme".
"¡Pero estás tan cerca!", me gritó. La entrada al Aquatic Park estaba a tan sólo 182 metros.
El barco de ayuda se puso a mi lado y me subí a la parte de atrás. Julie me pasó una botella de agua y me ordenó: "¡Bebe!".
Incliné mi cabeza hacia atrás y tomé todo el contenido de un tirón. Casi de forma instantánea, el calambre que atormentaba mis músculos cedió y se evaporó.
Me volví a poner mi gorro de natación, ajusté mis lentes, y salte de nuevo al agua. Sólo estuve fuera menos de cinco minutos.
Esta vez, en contraste con mi entrada inicial, sentí el agua deliciosamente tibia.
Para entonces, Zander y Riley eran dos pequeños puntos en la distancia, ya en la playa. Yo nadé con determinación a la costa y me concentré en la llegada.
La costa de arena estaba al frente. Traté de poner un pie bajo el agua, pero todavía era muy profundo. Dos o tres brazadas más.
Probé de nuevo y pude sentir el fondo grumoso. Me empujé hacia delante y me puse en pie dentro del agua para acercarme a tierra firme.
Me sorprendió la paz y el silencio de esta soleada mañana de domingo. De repente me sentí abrumado por una oleada de energía y empecé a correr por la playa hacia mis hijos con el agua saliendo de mi traje de neopreno.
Estaba temblando violentamente pero no sentía frío. Estaba inmensamente eufórico.

Gavin junto a sus hijos
 
Fuente: BBC MUNDO
 

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