martes, 26 de abril de 2011

Las montañas que se están derritiendo

Es cierto que los problemas ambientales del mundo actual se dispararon desde la Revolución Industrial que comenzó hace unos 235 años, pero en miles de años el hombre no ha cesado de agredir a la Naturaleza con la tala de bosques y selvas. 

Del deterioro ambiental, el mundo empezó a ser más consciente –aunque no del todo responsable– desde la Cumbre del Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 que aprobó tres tratados jurídicamente vinculantes, entre ellos la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Es el acuerdo político global de mayor importancia en materia de desarrollo sostenible. Y Colombia, obviamente, es uno de sus adherentes. Su objetivo es “estabilizar las concentraciones de gases efecto invernadero en la atmósfera, a un nivel que impida efectos peligrosos en el sistema climático”. Y desde junio de 2002, Colombia adoptó, a la luz de este acuerdo mundial, unos lineamientos de política de cambio climático —elaborados por el Ministerio de Medio Ambiente y el Departamento de Planeación Nacional— que recogen sus compromisos sobre el tema.

Como sabemos, los cambios anormales en la concentración de gases efecto invernadero han afectado el intercambio entre la atmósfera y la superficie de la Tierra, y esta alteración ha incrementado la radiación solar hacia las capas inferiores de la atmósfera. Ello ha venido produciendo una elevación de la temperatura media del aire, y por tanto el calentamiento global que genera el cambio climático, es decir, las lluvias copiosas, las sequías extremas, los ciclones, las mareas altas, etc.

Los países de las regiones industrializadas de Norteamérica, Europa y Asia son los que más aportan a esta alteración generando el 90 por ciento del CO2, cuya concentración aumentó en un 31 por ciento entre 1750 y 1999, y proviene en buena parte del uso del carbón, del petróleo y sus derivados, y del gas natural, asociado a procesos productivos, de actividades industriales ligadas al cemento, el hierro y el acero, y de los cambios en el uso de la tierra, en particular por la deforestación. Que en Colombia, se calcula, ha sido causada en un 60 por ciento por la ganadería.

Algunos estudiosos estiman que en Colombia se pierden cada año unas 598 mil hectáreas de bosque, lo que equivaldría a unas 2.340 canchas de fútbol. Y que nos acercamos al 50 por ciento de la realidad del continente africano, donde anualmente se destruyen unas 990 mil hectáreas de bosque.

La expresión del presidente Santos de que las montañas se están derritiendo refleja esa deforestación que el Estado no ha podido atajar. Y sus efectos desgarradores definitivamente estrujan el alma. Pueblos enteros arrasados por las corrientes, pérdidas materiales y humanas, sollozos, desolación, tristeza: ese es el sobrecogedor espectáculo que hoy ofrece el país, el cual, a pesar de estar muchas cosas claras en materia ambiental, apenas, por efecto de estos mazazos brutales, pareciera entender que el cambio climático no es una simple caricia de la Naturaleza.

Lo que ha ocurrido es que hemos dejado de adelantar acciones que habrían mitigado estos desastres. Por ejemplo, frenar la deforestación, recuperar las cuencas de los ríos, construir muros, ordenar territorialmente poblaciones, etc. El problema no ha sido ausencia de políticas, sino falta de Estado. Algo que se expresa en el atraso de nuestras carreteras. Parecen terrones de azúcar.

El presidente Santos, que nos visita con motivo de Expogestión Caribe 2011, tiene el reto –porque así lo ha preconizado desde sus tesis de ‘La Tercera Vía’– de darle más efectividad y eficiencia a las instituciones del Estado. Para que no corran la misma suerte de nuestras montañas.

Por Horacio Brieva
 
Fuente: ( heraldo.co )

LO MAS LEIDO