domingo, 24 de abril de 2011

Las ruinas modernas

Un paseo por Chernobyl, la central nuclear que estalló hace 25 años y lanzó un alerta no muy escuchado.

En el cuarto de siglo transcurrido desde el accidente de Chernobyl, la central nuclear ucraniana y sus alrededores se han transformado en un espacio en el que se entretejen realidades y mitos. Chernobyl, 120 kilómetros al norte de Kiev, fue clausurada en 2000, 14 años después del accidente. Sin embargo, mientras las cargas radiactivas de su interior no sean almacenadas de forma estable y segura, la central sigue siendo un problema pendiente.



Un consorcio internacional ha comenzado a construir la nueva cubierta para el sarcófago que protege el reactor número 4, el que hizo explosión en la madrugada del 26 de abril de 1986. La futura cubierta, en forma de arco de 105 metros de altura, impedirá las filtraciones de agua y también las fugas de radiactividad. Con su protección y la ayuda de robots, tal vez un día sea posible el desmontaje del reactor.

De momento, las excavadoras remueven la tierra junto a la central y el polvo que levantan ha incrementado el nivel de radiación según constata, dosímetro en mano, el biólogo Igor Chizhevski, mi guía en un viaje por la zona de exclusión de 30 kilómetros. El periplo de dos días cuesta 470 dólares e incluye una noche en Chernobyl: su casco urbano está situado a 15 kilómetros de la central a la que dio nombre. Lo organiza una de las agencias autorizadas por el Ministerio de Emergencias.

La zona de exclusión en torno a Chernobyl tiene un radio de 30 kilómetros, donde trabajan cerca de 3.500 personas. La mayoría se desplaza desde Slavutich, la ciudad (fuera de la zona de exclusión) que sustituyó a Prípiat como lugar de residencia de los trabajadores del sector nuclear.

Prípiat fue fundada en 1970 a poco más de un par de kilómetros de la central y cuando ocurrió el accidente tenía casi 48.000 habitantes. Todos ellos fueron evacuados en contados días en un éxodo que afectó a 130.000 personas, sumadas otras localidades cercanas. La que fuera una ciudad confortable y bien abastecida es ahora un paraíso para los fotógrafos. En una escuela, sobre un pupitre, hay un tocadiscos con un disco (la sinfonía 40 de Mozart) y un cuaderno del curso 1983-1984 entreabierto por una página en la que alguno de los pedagogos escribió: "El grupo está formado por 36 personas...". En una guardería, todas las muñecas han sido disfrazadas con máscaras antigas. Son "naturalezas muertas", composiciones forzadas en un escaparate de ruinas.

Prípiat fue acuñando su imagen de ciudad fantasma. Tras ser evacuada, la localidad funcionó parcialmente durante más de una década. Igor Chizhevski cuidaba unos invernaderos experimentales desde 1993 y también iba a la piscina. Los nadadores eran tantos que había que "pedir hora", explica frente a un agujero de 25 metros de longitud, aún forrado de azulejos. Cuando la central de Chernobyl se cerró en 2000, las actividades cesaron porque se cortó el suministro energético.

En Prípiat estaba Yupíter, una fábrica militar secreta identificada solo con un número. Camuflada como productora de magnetófonos, Yupíter "hacía piezas para la industria de defensa", afirma Nina, que trabajó en aquella empresa. Tras el accidente, sus talleres siguieron abiertos. "Los años noventa fueron terribles. Los sueldos eran de miseria", explica.

En los talleres desmantelados quedan filtros, válvulas y roscas esparcidas por el piso de cemento. Las instrucciones de seguridad que aún pueden encontrarse entre los escombros son de la década de 1990. "Se llevaron el metal para venderlo. No por afán de lucro, sino por desesperación. Había que sobrevivir", dice Nina, que hoy cobra unos 280 euros como encargada de la residencia de Chernobyl. En 1990, su sueldo no llegaba a los 10 dólares. En teoría, está prohibido sacar objetos de la zona sin controles de radiación, pero el contrabando de metales, maderas, ladrillos y enseres es crónico.

La zona evoca un inquietante parque temático. Hay barcos abandonados que transportaron materiales para construir el sarcófago y cementerios de vehículos y aviones usados en las tareas de descontaminación, como el de Rossoja, el más grande. El entorno más secreto, al que no llegamos, tal vez fuera Chernobyl-2, una ciudad militar al servicio de instalaciones de radar ultramodernas que podían detectar lanzamientos de cohetes en Estados Unidos. Fantasmales son, también, las siluetas rojizas que debían convertirse en el quinto y el sexto reactor de la planta y que nunca llegaron a terminarse.

En la zona de exclusión viven unas 210 personas, de las cuales cerca de 100 residen en Chernobyl. Otras hacen turnos, como Nina, que pasa 15 días en esta localidad y 15 días en Kiev. Siete mil visitantes vinieron a Chernobyl en 2010, y este año se esperan más. Nina trae sus provisiones y procura no probar los alimentos locales. Los turistas comen en la cantina de los trabajadores de la central.

En las aldeas derruidas viven familias que se resisten a marcharse o que regresaron tras ser evacuados, como Vasili y Motrona Lavrienko, que recibieron casa en Kiev, pero volvieron a Teremtsí, su aldea, situada en un lugar idílico, en la confluencia del río Prípiat con el Dniéper. Los Lavrienko trabajaron en los servicios de navegación fluvial hasta que estos fueron suprimidos, porque no eran rentables. Vasili, con sus 55 años, es el más joven del pueblo. En Teremtsí, dice, viven 30 personas. La familia Lavrienko es trabajadora y hospitalaria. Su jata (modesta vivienda rural ucrania) está ordenada y limpia. Motrona nos ofrece un plato de aromático pescado frito. Lo han pescado en el Dniéper y no deberíamos comerlo sin medir su radiación. Aunque Teremtsí es un entorno relativamente limpio.

Los Lavrienko pagan por la electricidad, que era gratuita antes del accidente. La cocina es calentada con un horno de leña e iluminada por una bombita de bajo consumo. "Nos la trajo nuestra hija", afirma Vasili. La hija, de 40 años, y la nieta, de 20, viven en Kiev. Desde que subió el precio de la gasolina visitan menos. "Mi hija quiere venir aquí cuando se jubile, y mi nieta se crió aquí", afirma Motrona. Los Lavrienko tienen huerto, gallinas, un cerdo y una yegua. Según la normativa, son ilegales en su propia casa. En la práctica, son una realidad aceptada. Camionetas de abastecimiento recorren los pueblos y venden leche, aceite, manteca y pan.

Al caer la noche, el silencio es absoluto en el pueblo de Chernobyl, aunque el alcohol fluye en abundancia en un café. Todos se preparan para celebrar el 25º aniversario. Repintan la iglesia y el monumento a los bomberos que fueron víctimas de la radiación, cuando los enviaron a la central sin la protección adecuada.

En Kiev, Yuri Andréyev, presidente de la Unión de Chernobyl de Ucrania, calcula que miles de personas (unos 25.000) murieron por causas vinculadas de forma directa o indirecta con Chernobyl. Los "liquidadores" (profesionales de distintas especialidades que combatieron la catástrofe) forman un contingente de 219.000 personas en Ucrania, señala Andréyev, un ingeniero que era jefe de turno del segundo bloque el 25 de abril de 1986. Andréyev recibió una dosis de radiación de primer grado, pero la aguantó sin pasar por la clínica. Luego fue operado de un tumor en las cuerdas vocales. Andréyev acusa al gobierno de haber liquidado los programas de construcción de viviendas para inválidos y de paralizar la evacuación de las familias que residían en zonas contaminadas fuera del perímetro de la zona.

En otro barrio de Kiev, Mijaíl Grishankov y Valentín Odégov opinan que ya es hora de poner orden en la proliferación de liquidadores. Son miembros de la asociación Hermanamiento, que integra a veteranos de Chernobyl y de Afganistán. Cuando ocurrió el accidente eran oficiales de destacamentos especiales del Ministerio del Interior. A Odégov le mandaron apagar un incendio sin informarle de su naturaleza radiactiva, pero a los pocos días le hicieron volver a Kiev "para asegurar el orden público en la carrera de bicicletas del 1° de mayo". A Grishankov lo mandaron a evacuar a la población. "Metía a la gente en autobuses casi con lo puesto, rodeaba el pueblo de alambre de espino, ponía un centinela para que no saqueasen el pueblo", cuenta.

Ucrania se replantea un ambicioso proyecto para construir 20 nuevos reactores para 2030. Es por temas económicos, dicen, anteriores a Fukushima. Si hay lecciones por aprender, todavía están en Chernobyl.

En Ucrania no están seguros

Los ucranios están divididos sobre la energía atómica. Un 66,2% opina que las centrales nucleares de su país no son seguras y un 27,1% opina lo contrario, según una encuesta del Instituto de Gorshenin realizada en marzo. Un 54,9% teme que la avería en Fukushima pueda repercutir negativamente en su salud y un 5,2% vincula el futuro de Ucrania a la energía nuclear.

Tiempo para una estrategia

Ucrania tiene cuatro centrales nucleares que producen cerca de un 50% de toda su electricidad. Kiev, sin embargo, se replantea la ambiciosa estrategia que preveía la construcción de 20 nuevos reactores de un millón o más de kilovatios cada uno para 2030. El cambio, matiza Natalia Shumkova, vicepresidenta de la compañía EnergoAtom, dependiente del Ministerio de Energía, tienen que ver con las realidades económicas y son anteriores a Fukushima. Del accidente en la central japonesa, Ucrania "está sacando todas las conclusiones organizativas y técnicas pertinentes, pero debemos esperar un poco para hacer planes", afirma.

Fuente: ( el pais.com )

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