Fueron tres y en Guatemala, el país cuya sede diplomática pasaba casi a diario cuando estaba en Buenos Aires. Ahí en la calle Juncal, a metros del hotel de Suipacha y Arenales, donde se refugiaba a falta de un hogar fijo. Su asesinato fue el sábado 9 de julio, día de la independencia argentina y del cumpleaños de su amiga, Mercedes Sosa. Desde entonces las escenas de dolor, los mensajes compungidos y tristes no dejaron de sucederse en toda Latinoamérica y en otras latitudes. Desde cantantes a presidentes, desde seguidores a amigos que fue haciendo a lo largo de su constante peregrinar por la vida.
“Yo lo conocí hace más de 20 años gracias a un amigo. Cada vez que estaba en Buenos Aires venía a mi kiosco a comprar y a platicar, nos íbamos a tomar un café y a charlar. Yo escuchaba más de lo que hablaba porque escucharlo era como un bálsamo. Además tenía un gran humor y me divertía muchísimo con él”, explica Augusto, uno de sus amigos y confidentes, dueño de un kiosco en el centro porteño.
Estos días, las emisoras de radio, las páginas web, las redes sociales, están inundadas de anécdotas, de frases de cosas que dijo y de otras que, a partir de ahora se le atribuirán como propias. Es que Facundo Cabral había sabido convertir su vida en una leyenda y su humanidad y la de su madre y la de su abuela, en personajes de ese hermoso show permanente que su fue su vida. Porque para él “la vida es hermosa, hay que tratarla bien, sin violencia y con amor...”. Pero sus asesinos no le hicieron caso.
Su gente
Marcelo Romero tiene 40 años, es ex futbolista, hoy vive donde lo encuentra la noche. Se enteró de la muerte de su querido Facundo en una plaza de la Avenida Las Heras “y lloré y lloré sin parar. Lo vi una vez en un show en Villa Gessell hace 30 años. Yo tenía un poncho, me llegó tanto su mensaje que lo esperé a la salida y se lo regalé. Me invitó un café y charlamos toda la noche, de la vida, de cosas profundas. Lo volví a hallar en la calle varias veces. Cuando eso ocurría, él se acordaba de esa noche, de mi nombre, me contaba sus cosas. Puedo decir que era mi amigo...”.
Gente común, gente de la calle o los comensales de “La Biela”, una de las confiterías más concurridas del exclusivo barrio de La Recoleta, donde solía sentarse a ver pasar la vida. “Acá lo vamos a extrañar y mucho. Venía y hablaba con nosotros, con la gente de las otras mesas. Todo el mundo lo quería. Era el tipo más sencillo que me tocó atender en casi 16 años trabajando aquí”, asegura José, uno de los meseros del establecimiento.
Un sinnúmero de anécdotas y momentos tienen sus amigos, Alberto Cortez y Jairo y otros tantos artistas con los que compartió escenarios y vivencias. La locutora Betty Elizalde, una de las voces más importantes de la radio argentina, lo recuerda con una sonrisa: “Lo llamaba muchas veces por la tarde y lo sacaba al aire. Ese día me subía la audiencia y la gente encantada, porque podíamos hablar de cualquier cosa. En febrero, hizo un espectáculo con Amigos en el teatro Ateneo y me invitó a participar. Ya no podía más con su salud y sin embargo ahí estaba, en el escenario, entregándolo todo”.
Su salud que flaqueaba desde hacía décadas. Un cáncer le venía complicando sus planes y su voz se debilitaba pero “en el escenario recibía una dosis de fuerza que lo hacían seguir. Amaba el escenario, por la relación que mantenía con el público, como pocas cosas en la vida”, jura Elizalde. Facundo vivía del cariño de los de su casa, la calle, la ciudad, el mundo. Disfrutaba cuando lo detenían para saludarlo o darle un beso. No tenía prisa. “Se paraba a hablar con cualquiera”, dice un diariero que lo veía pasar todas las mañanas. Juan Carlos Saravia, su amigo desde hace 50 años y líder de “Los Chalchareros”, le encontró una razón a la muerte de “un genio como Facundo”. Para él, el hombre que murió el 9 de julio “se independizó como la patria ese día y como la patria, nació el mito de Facundo”, expresa.
Fuente: ( El Universal.mx )
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